De siempre a Hugo Chávez le gustaban los libros, tenía sus
textos consentidos de Bolívar, Gaitán, Zamora, Ratzel, McKinder, Montesquieu,
Darwin y recordaba con precisión frases enteras de lo leído, los consultaba una
y otra vez, según me refiere alguien que hace muchos años, se encargaba de
pasárselos y luego guardárselos nuevamente en su biblioteca.
Con los años memorizó frases que, a través del tiempo, con la enseñanza oral de
aquellos que se acercaban y los hacía sus amigos, oía con atención. Así formó
su propio mensaje verbal compuesto de conceptos que aunque fueran
contradictorios iba soltándolos junto a hechos concretos vividos o inventados;
por eso todo oyente lo tomaba como si su relato era producto de una experiencia
vivida, sin importar el tiempo en que hubieran ocurrido, parecía inclusive la
más de las veces que hubiera peleado en la guerra de independencia. Siempre el
mismo sustrato, la misma semilla, todo su discurso se estructuró desde la
preocupación de cómo se acumulaban las necesidades vitales de la gente, que
sólo las entendía como pueblo despojado, reprimido, traicionado y olvidado.
El militar Hugo Rafael Chávez Frías, recién haber tomado
posesión del cargo del Presidente de la República en 1999, hablaba poco en
privado y mas en público, al menos en su primeros meses cuando todavía no
conocía muy bien para que servía el poder del cargo, el hecho de dar ordenes
(su condición de militar lo tenía acostumbrado a recibirlas) nunca concibió su
trabajo como una carga que implicaba cumplir sus deberes, más bien aprendió a
mandar pero fue una tarea para mucho después; es por ello que decidió usar otro
poder en el que ya tenía cierto entrenamiento como era el uso de la palabra.
Cuando escuchaba a su visitante, gravaba lo que le interesaba, absorbía las
palabras que a su juicio tenían fuerza, transformaba el contexto y las hacía
entrar en el rompecabezas de su ideología incipiente y primaria aún en
construcción.
Recuerdo bien cuando decidió escribir una comunicación
oficial al Tribunal Supremo de Justicia, antes de octubre de 1999, carta sin
fecha, debidamente rubricada, con el acompañamiento de la palabra
“Bolivarianamente”, tenía el sello húmedo de la Secretaría Privada de la
Presidencia de la República Venezuela, con una extensión de cuatro páginas, y
un inusual contenido.
Esta comunicación muestra la búsqueda desesperada de su línea
de actuación, todavía su pensamiento se mantenía abierto a todas las corrientes
del pensamiento y su desafío era cómo
aplicar, aterrizar el contenido del rompecabezas. Es una carta que busca
explicarse y explicarnos su pensamiento para ese momento, en relación a la
justicia, los autores de su interés que apoyaban sus convicciones y ratificarse
así mismo como el mando supremo.
El texto que se comenta
era una práctica sobre el ejercicio del poder. Lo cierto es que los
Magistrados de entonces no captamos la amenaza que llevaba en sus últimas tres
líneas “… Inmerso en un peligroso escenario de Causas generales que dominan el
planeta (Montesquieu; Darwin), debo confirmar ante la Honorabilísima Corte
Suprema de Justicia el Principio de la exclusividad presidencial en la conducción del
Estado.” (destacado en el original)
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